domingo, 19 de abril de 2009

Confesiones.




Ninguno de los dos se atrevía a dar el primer paso. Ya se conocían hace mucho tiempo pero esta parecía la primera vez que salían juntos. Hace meses que no se veían, era ese quizás el problema, ¿Cómo saber si esa antigua pasión seguía viva? La forma nerviosa en que él le hablaba de todo pero sin decir nada y el deseo con que ella lo miraba eran razones suficientes para darse cuenta que sería muy difícil apagar el fuego que nacía de los dos cuando estaban juntos, cuando se tocaban, cuando se besaban. Caminaron largo rato para llegar a cualquier sitio en donde pudieran estar solos. Eso era lo importante. Cuando por fin descubrieron el lugar perfecto, junto al mar, se sentaron sabiendo que se hacia tarde y que ella debía regresar. Reinaba el silencio, el mar había cedido su habitual ruido a la calma de las olas ya cansadas de tanto ir y venir. El cielo, con un brillo propio de las noches de verano entregaba un sutil romanticismo a la velada, lleno de estrellas que se reflejaban en los ojos de ella que las contemplaba nerviosa, sabiendo que él la contemplaba a ella. De pronto sus miradas se quedaron fijas en la mirada del otro y él avanzó hacia ella. La tomo por la cintura atrayéndola a su cuerpo extasiado y ella no pudo resistirse esta vez. Había pasado muchas noches deseando fuera él, no otros, el que la besara. Fueran sus labios, no el de un desconocido, los que recorrieran su boca. Su corazón latía tan rápido y tan fuerte que daba la impresión que se escuchaba por toda la playa. Él tomo la cara de ella con sus blancas manos, la acaricio lentamente y luego acerco su nariz para pasearla cómodamente por la de ella. Rozaron al principio sus bocas y luego él acaricio con sus dedos los bordes de los labios de la muchacha., hasta que sus lenguas se introdujeron en la boca del otro para luchar en una especie de batalla amistosa. Enroscándose, estirándose, doblándose, mordiéndose, avanzando y retrocediendo una y otra vez. Se besaron con locura, con pasión, con vehemencia, con ternura, de pronto se miraban por un segundo y no podían contener las ganas de fundirse en un solo cuerpo. En la mirada de ella no sólo se reflejaba el enorme deseo, sino que había también un profundo miedo, miedo de dar un paso del que después no podría volver jamás, miedo de hacer con él, cosas que no había hecho con ningún otro. Pero daba la impresión que la lascivia era más fuerte que el temor. En la mirada de él sólo se oía un profundo apetito por su cuerpo. Se tocaban cuidadosamente, no dejaron ningún rincón de sus cuerpos sin recorrer. Sus lenguas dejaron de deambular sólo por sus bocas para comenzar a viajar por otros parajes más secretos, más íntimos y más placenteros. Su respiración se intensificaba a cada segundo, y el silencio de antes había desaparecido. Que magnífico hubiera sido quedarse así toda la noche, pensaba ella, pero debía marcharse. Debía dejar inconcluso otra vez aquello que hace tanto había empezado y que ambos querían terminar, pero no era el momento y el lugar para ponerle un fin o un principio, dependiendo del punto de vista, a esa historia, debía aplazar una vez más aquello que la volvía loca. Sabía que en la próxima ocasión que estuvieran así no podría negarse, pero por lo menos en esta noche ya había sido suficiente.

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